Se colocó bien la montura de las gafas sobre su nariz. Ahora, ahora lo veía todo claro. ¡Que ciega había estado!. Reclinó su cabeza en el respaldo del sillón y esperó, no sin cierta vergüenza, la llegada de la oscuridad del atardecer y con ella esa ceguera que le permitía seguir viviendo.
A las más de 60 mujeres que pierden la vida cada año como consecuencia de la violencia machista.